uando
se habla hoy de la Lingüística como visión del mundo, no se está
haciendo referencia, estrictamente, a lo que se suele conocer como la hipótesis Sapir-Whorf,
nunca formulada por ambos autores como tal: que hay determinadas marcas o
preferencias culturales que se asocian a los elementos lingüísticos de una
cultura o, en otros términos, que ciertas culturas se apoyan en determinadas
condiciones lingüísticas hasta el punto de que los hablantes tienen una visión
del mundo condicionada, limitada, por
las lenguas que usan. Lo que hoy se suele querer decir es que existen determinadas
preferencias culturales que hacen que los lingüistas antepongan una orientación
a otra para su trabajo. Cuando se habla de preferencias culturales se habla de
lo que, desde Saussure, se considera extralingüístico.
Hay unos elementos sociales que se imponen sobre las capacidades electivas. Sería,
en cierto modo, partir exactamente del punto de vista opuesto al que se
señalaba en una entrada anterior de este cuaderno a propósito de Humboldt: “la
idea de la verdadera relación gramatical sólo se introduce en las palabras
mediante una operación del pensamiento”.
recisamente ésa es la razón por la que es lícito considerar que la
Pragmática, como una de las ciencias del conocimiento, no es Lingüística ni
parte de ella, porque no puede separar el conocimiento de la práctica. No permite
la consideración del signo como tal, como conjunto binario, par {expresión,
contenido}. Es, naturalmente, una ciencia que necesita el análisis de los
elementos lingüísticos, de los signos, pero supeditados a la relación que
permiten entre los usuarios, a la praxis.
Lo que lleva a la contradicción es
que todo lo que se supedita a la praxis implica la necesidad de un proceso de
selección. El único proceso posible, en el caso del marxismo, como queda
explícito en la tesis tercera, es “la práctica revolucionaria”. Tampoco
hay ninguna razón que pueda imponer un principio de la evolución y de la
selección. Ambas, evolución y selección, interrelacionadas, son imprescindibles, no ya para estudiar las lenguas humanas, una pequeña parte del proceso, sino todo lo que concierne al universo conocido y pensado por el hombre.
Tal supuesto principio, desde la exclusiva perspectiva de la razón humana, simplemente no existe. No hay, en consecuencia, ningún motivo (o razón) para enfocar el
mundo desde la perspectiva limitada del innatismo (evolución), ni desde la de la variación (selección), como se propone desde otros ámbitos de la Lingüística.
Como la capacidad explicativa del estructuralismo, con su doble articulación, que
es la tercera posibilidad, impide, por principio, fundamentar en él una
cosmovisión, es preciso aceptar, con Shakespeare, que “There are more things in
heaven and earth, Horatio, Than are dreamt of in our philosophy” (Hamlet:
1.5.167-8, con la variante our ‘nuestra’
y no your ‘tuya’, tal como aparece en el First
Folio, 1623). Es decir, todos tenemos que suponer (dream of) para aprender (philosophy), y aun así no se consigue abarcar la realidad.