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Rafael Lapesa |
Es grato reflexionar sobre los contenidos científicos que implican una historia de grupo, una prosopografía. Las humanidades digitales, que primero se llamaron lingüística computacional y luego industrias de la lengua, se practicaron en España muy pronto y como consecuencia de un trabajo de grupo e internacional. Detrás de este inicio, además de las circunstancias fortuitas siempre presentes en la vida, hay que destacar un apoyo institucional y una visión magistral de futuro. El apoyo institucional fue el del Seminario de Lexicografía de la Real Academia Española y la persona,
Rafael Lapesa. La fecha era 1971.
El Seminario trabajaba entonces sobre el diccionario académico y, sobre todo, sobre el
Diccionario histórico. El
DH era una obra ingente, que se había decidido volver a empezar desde el inicio, aunque había habido un
primer intento, hasta la letra D, destruido casi por completo durante la guerra civil española. Lo mejor es enemigo de lo bueno; pero nadie podía sospechar entonces que este segundo empeño sería abandonado años más tarde, para sustituirlo por una caricatura, precisamente digital. En 1971 Lapesa, como director del Seminario, era consciente de que para trabajar sobre esa masa de documentación había que usar métodos como los que ya se usaban en el
Tresor de la langue française, los ordenadores.
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Ignacio Soldevila |
En el Canadá, en Quebec, Ignacio
Soldevila estaba al tanto de las primeras aplicaciones computacionales al léxico, en Montreal se trabajaba en un
proyecto más ambicioso, la traducción automática, como se decía entonces. Aunque el autor de este blog se incorporó al Seminario desde Montreal con otro objetivo -los
arabismos- y Soldevila era el encargado de preparar la transición informática, las cosas salieron de otra manera: Ignacio regresó a la Université Laval y este autor se quedó en España y fue enviado a Pisa por la RAE para estudiar en la luego celebérrima
Escuela de Lingüística Computacional de la Universidad de Pisa y el C.N.R., el Centro de Investigación de Italia, dirigida por el llorado
Antonio Zampolli.
La escuela de Pisa estaba perfectamente organizada. Los asistentes, todos ellos graduados y muchos profesores ya establecidos, teníamos clases con Bernard Quemada, director del
Tresor, Martin Kay, uno de los primeros y más conocidos programadores de lenguajes formales adecuados a las humanidades (años después volví a dar clase con él en Stanford, CA, y tuve también la fortuna de servirle de guía en una visita a Madrid), John Lyons, a quien luego visité en su casa de Sussex, en el sur de Inglaterra, algunos de los jóvenes generativistas, como Fillmore o Bach, a quienes un par de años más tarde se agregaría también Noam Chomsky, precisamente con las
Pisa Lectures, que supusieron un cambio de orientación de la gramática generativa. La lista de profesores y conferenciantes era muy amplia y no tiene sentido desarrollarla aquí, baste con decir que era realmente lo mejor que se podía encontrar en las nuevas tendencias de la Lingüística. Cada clase era un reto.
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Antonio Zampolli |
Zampolli era además un anfitrión excepcional: generoso (me permitió incluso dar una de las conferencias), brillante, cultivador perfecto de los estereotipos y animador incansable. Lo recuerdo en su casa, una noche, en la que el matrimonio Lyons bailó una danza escocesa totalmente verosímil, aunque ninguno de los dos era escocés, otros tocaban la guitarra o cantaban, hasta que la policía nos obligaba a terminar la reunión después de medianoche. Cómo no recordar una película que filmamos en la costa del Pacífico, años después, sobre el Descubrimiento y que Dios sabe por dónde andará.
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Sir John Lyons, Master of Trinity Hall,
por John Bellany |
Poco a poco, a los cursos de Pisa y gracias al sistema de medias becas que me tocó administrar, se fueron incorporando muchos jóvenes investigadores españoles. En Madrid, mientras tanto, gracias a la buena disposición del Centro de Cálculo de la Universidad (ahora Complutense, única entonces) y la hospitalidad dada a nuestros trabajos en su
Boletín, se fue creando un grupito de investigación del que formaba parte otro lingüista,
Manuel Ariza, en el que colaboraba también su hermano Diego (ambos fallecidos recientemente, en un período brevísimo) y en el que contábamos con matemáticos e informáticos como María Teresa Molina, Isabel González o Ignacio del Campo. Aquellos trabajos eran, vistos desde hoy, ambiciosísimos. No sólo iniciábamos
análisis sintacto-semánticos, sino también
mapas y representaciones
dialectales sobre ellos. No eran las únicas publicaciones, ni presentaciones, porque la Universidad Internacional Menéndez y Pelayo, en los cursos que dirigía Emilio Lorenzo, me ofreció la posibilidad de hablar de traducción automática y publicar el
texto.
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FMM, Arthur Askins y Charles Faulhaber en Berkeley |
En 1973 las humanidades digitales estaban firmemente asentadas en España, aunque pasarían años hasta que se pudieran llevar a cabo los dos grandes proyectos que las consolidarían,
EUROTRA, el sistema de la entonces Comunidad Europea para la traducción automática y, en el marco de la
Sociedad Estatal para la ejecución de programas del Quinto Centenario y su área de Industrias de la Lengua,
ADMYTE®, el Archivo Digital de Manuscritos y Textos Españoles. El segundo fue un trabajo conjunto de este autor, Charles B. Faulhaber y Ángel Gómez Moreno, con la participación empresarial de
Micronet S.A., del Hispanic
Seminary of Medieval Studies de la Universidad de Wisconsin-Madison (fundado en 1976 por John J. Nitti y Lloyd A. Kasten), de Arthur Askins y
Philobiblon, de la Universidad de Toronto y
TACT, además de un equipo (de nuevo el trabajo de grupo) de entusiastas colaboradores voluntarios de varios países. Estos proyectos fueron acompañados de los primeros
corpus del español: centro peninsular, argentino y chileno, la Escuela de Industrias de la Lengua, con la
Fundación Duques de Soria y lograron la plena internacionalidad de las humanidades digitales españolas. En torno al 92 despegaron también grandes programas en el área de bibliotecas y colecciones textuales, con la guía de Xavier Agenjo y el patrocinio de la
Fundación Larramendi. Otra fundación,
FUNDESCO, Fundación para el Desarrollo de la Función Social de las Comunicaciones, creada en 1968 por Telefónica
de España, se ampliaba a las humanidades digitales, de la mano de Obdulio Martín Bernal, apoyando a profesionales de la talla de Fernando Sáez Vacas o Antonio Rodríguez de las Heras, entre otros. De buena parte de esta historia me he ocupado en otros
sitios y espero en Dios seguir ocupándome.