Monday, August 11, 2025

El ala aleve del leve abanico

 ¿Desde cuándo hay abanicos? ¿Cómo evolucionaron y se llevaron por el mundo? ¿Tienen otros usos además de refrescar? ¿El ala aleve, traidora, es sólo una metáfora? Agosto, en el hemisferio norte, es un tiempo para descansar y defenderse del calor. Para ello sirve el abanico y por ello pausaremos los recuerdos de los maestros.

Unos tres mil años antes de Cristo había abanicos en Egipto. Eran grandes, rígidos, costosos símbolos de poder. Sus mangos estaban decorados con oro y marfil, y su hoja o país era de plumas, de avestruz, como en la imagen del abanico en la tumba de Tutankamón y en otras, además de en muchas representaciones. Aparecen generalmente manejados por sirvientes y, frecuentemente, tienen más aspecto de un servicio ceremonial que de protección contra el calor o los insectos. En China y Corea se documentan, desde el siglo III a. C. hasta el I d. C., abanicos rígidos, redondos o cuadrados, con armazón de bambú y seda, usados tanto por hombres como por mujeres en rituales y en la vida cotidiana. En Grecia y Roma se usaba en ceremonias religiosas un tipo rígido, muscarium o flabellum. En el mundo árabe e islámico, el abanico tradicional es rígido, de plumas o de piel suave.

 El abanico plegable parece tener su origen en Japón (扇子, sensu), quizás ya en el siglo V d.C., inspirado en las alas del murciélago, según se dice. Desde allí pasó a China en la época Tang (618-907 d.C.). Dice la leyenda que este tipo de abanico (折扇, zheshan) llegó a China desde el Japón alrededor del año 988 d.C., como un regalo diplomático del emperador japonés al emperador Song; pero la tradición china lo presenta como anterior. A Corea llegó en el período que da nombre al país, Goryeo (고려, 918–1392). Su introducción en Europa se produjo a través de las relaciones marítimas con España y Portugal, en las que desempeñó un papel destacado el Galeón de Manila, que conectaba Filipinas con Acapulco (México), donde se transfería la mercancía con destino a España.

Se difundió rápidamente por España, Italia y Francia con varillas de marfil, carey o nácar, y el país pintado a mano, es decir, como objeto de lujo. Desde allí se fue introduciendo en el resto de Europa. Los instrumentos eléctricos refrescantes han reducido su uso, pero mantiene su vigencia en España, en el uso diario, no sólo en el folclore, en el Japón, China y Corea, en las ceremonias y el teatro tradicional, y como valor cultural en el Asia no islámica.

El valor cultural del abanico se extiende a campos que no son tan fáciles de suponer. El más sencillo es quizás el que aparece en el verso de Rubén Darío del que se ha tomado el título para estas páginas. Recibe los nombres de lenguaje de Cupido o lenguaje del abanico y parece ser una posibilidad inherente al instrumento, porque se usó en China, en el Japón y luego en Europa. En China, el abanico amoroso aparece en poemas, pinturas y en el arte de la seducción de la corte. En el Japón, se integra también en el kabuki, el y la danza nihon buyō, donde cada gesto tiene un significado estético y emocional. En ambos países, regalar un abanico podía ser un gesto de compromiso amoroso, pero en el Japón había que evitar regalarlo en funerales, ya que podía simbolizar separación.

 Lenguaje amoroso con el abanico en China (折扇 zheshan / 团扇 tuanshan)

Gesto con el abanico

Significado

Sostenerlo delante del rostro, mostrando solo los ojos

Timidez, coquetería o interés oculto

Abanicar suavemente hacia la persona

Afecto, invitación a acercarse

Golpear el suelo o la mano con el abanico

Molestia o rechazo

Cerrar el abanico lentamente mientras se mira al otro

Reciprocidad de sentimientos

Ofrecer el abanico abierto como regalo

Declaración de amor

Colocar el abanico sobre los labios

Deseo de guardar un secreto (a menudo amoroso)


Lenguaje amoroso con el abanico en Japón ( sensu / 団扇 uchiwa)

Gesto con el abanico

Significado

Colocar el abanico cerrado sobre el corazón

Amor o admiración

Abrirlo lentamente mientras se mira al otro

Creciente interés o atracción

Tapar parcialmente el rostro con el abanico

Encanto, misterio, coquetería

Mostrar el reverso del abanico

Desacuerdo o rechazo cortés

Dejar caer el abanico suavemente

"Estoy disponible para el encuentro"

Usar el abanico para cubrir un susurro

Confidencia íntima



En la alta sociedad europea, cuando el abanico plegable se convirtió en parte de la moda femenina, se desarrolló un lenguaje propio del abanico, también conocido como campiología, desde el siglo XVIII: gestos codificados para transmitir mensajes románticos o secretos sin hablar. El abanico pasó así a ser más que un objeto funcional; se convirtió en parte del ritual amoroso y coqueto del cortejo, también representado en pinturas de artistas como Goya o Sorolla. Tuvo una parte de invención literaria y no llegó a convertirse en un código universal, pero alcanzó cierta extensión. Mis tías abuelas, las hermanas mayores de mi abuela paterna, Julia de Lanuza, lo usaron habitualmente a finales del siglo XIX y principios del siglo XX. Mi abuela era más joven y ya no lo utilizaba; pero a veces hacía referencia a ello. Este uso como lenguaje contribuyó al mito y la seducción del objeto. El lenguaje del abanico es un conjunto de señales gestuales que tenían un significado específico según la posición, el movimiento o la forma de sostener el abanico. Aunque no existió un código estandarizado, estos son algunos de los gestos más citados:

  • Abanicarse rápidamente: “Estoy comprometida” o “te amo apasionadamente”
  • Abanicarse lentamente: “Estoy casada” o “me eres indiferente
  • Cerrar el abanico despacio: respuesta afirmativa (“Sí”)
  • Cerrar el abanico rápido o airadamente: respuesta negativa (“No”)
  • Apoyarlo contra la mejilla derecha: “Sí”
  • Apoyarlo contra la mejilla izquierda: “No”
  • Colocar el abanico cerca del corazón: “Te amo”
  • Esconder los ojos tras el abanico abierto: “Te quiero” o “sígueme cuando me vaya”
  • Cubrirse la oreja izquierda con el abanico abierto: “Guárdame un secreto”
  • Dejar caer el abanico al suelo: “Soy tuya” o “te pertenezco”
  • Apoyar el abanico medio abierto sobre los labios: “Bésame”
  • Golpear un objeto con el abanico cerrado: impaciencia o “escríbeme” según el contexto
  • Sujetar el abanico con ambas manos abiertas: “Olvídame”
  • Mostrar un número de varillas abiertas: indicar “la hora de la cita”

El abanico también se desarrolló como arma, por extraño que pueda parecer. En el Japón, los samuráis no solo usaban espadas y arcos, sino también abanicos de guerra llamados tessen (鉄扇, ‘abanico de hierro’), que eran tanto armas como símbolos de estatus y herramientas tácticas. También se encuentran en relatos algunos tessen que facilitaban la natación.  Permitía al samurái entrar en lugares donde las armas estaban prohibidas (palacios, recepciones) y seguir armado. Lo usaban también las damas de clase alta.

Hay dos clases de abanicos de guerra japoneses plegables y un tipo rígido. El tessen (鉄扇) es un abanico plegable con varillas de hierro o reforzadas con metal. Se usa para defensa y ataque y puede parecer un abanico normal. El gunsen (軍扇) es de madera y papel reforzado o metal ligero. Usados para refrescarse, llevados en el cinturón o pectoral, combinan utilidad y resistencia. Este tipo era el empleado para transmitir las órdenes de los oficiales en el campo de batalla. El tercer tipo, no plegable, era el abanico grande y rígido, gunbai (軍配), con mango, usado por los generales para protegerse del sol o para indicar movimientos a las tropas. El famoso samurái Minamoto no Yoshitsune (siglo XII) se representa en las crónicas con un gunbai para dar señales. Durante el periodo Edo (1603-1868), el tessen se popularizó como arma discreta para duelos o defensa personal, especialmente en entornos urbanos donde portar espada podía estar restringido.

El arte marcial del abanico de guerra es el Tessenjutsu, la escuela marcial dedicada al uso del tessen. Sus practicantes podían defenderse de ataques con espada, lanzar golpes que resultaban letales y dominar técnicas de bloqueo precisas. El arte se desarrolló entre las élites samurái con un alto grado de refinamiento. Las crónicas y leyendas relatan grandes hechos en los que el tessen tuvo un papel esencial. Minamoto no Yoshitsune derrotó al guerrero Benkei usando un abanico de hierro. En otro célebre episodio de la historia japonesa, Araki Murashige se salvó al detener puertas corredizas con su tessen cuando fue víctima de una emboscada de Oda Nobunaga. Tal vez el más célebre sea el acontenido en Kawanakajima (川中島, “isla entre ríos”). Era una zona estratégica en la actual prefectura de Nagano, situada entre los ríos Chikuma y Saigawa. Controlar esta región significaba dominar rutas comerciales y militares claves en el centro de Japón. Entre 1553 y 1564 se dieron cinco batallas. En la cuarta (1561) se enfrentaron directamente los jefes de los dos clanes. Takeda Shingen logró desviar el ataque de Uesugi Kenshin con un abanico de guerra.

En recreaciones modernas y arte histórico, el tessen aparece como un símbolo de ingenio: parece inofensivo, pero encierra una estructura reforzada capaz de neutralizar ataques o dar órdenes en el campo de batalla.

No era tan leve el abanico. Instrumento de la vida cotidiana elevado a otra dimensión por el amor y la guerra, muestra el riesgo inherente a lo que parece inocuo. Alcanza también una dimensión estética, en las representaciones de sus propias hojas y en su presencia en la obra de grandes pintores de Asia y Europa. Me animo por ello a despedirlo con un poema que quiere mantener un aire modernista:  

 

Bajo el abanico de nácar y sombra
Se esconde un suspiro, se escapa un temblor.
La mano que juega con brisa y con formas
Deshoja secretos al ritmo del sol.

Sus dedos lo agitan, lo cierran, lo abren,
Como quien conjura un hechizo sutil.
Y el aire que nace de su danza suave
Parece un perfume de amor infantil.

Mas no sabe el mundo que en esa caricia
Late un acero oculto, frío y mortal;
Que el gesto ligero, la curva ficticia,
Son parte de un arte secreto y letal.

¿Es dama que baila, o guerrera en vigilia?
¿Es risa burlona o dulce piedad?
En manos de reinas, de musas, de hijas,
El abanico es gracia… y es autoridad.

Escribe en el viento su verso rendido,
Como quien se rinde sin ver el puñal;
Porque bajo el ala de encaje y de olvido,
Se esconde el deseo… y el golpe final.

Kawanakajima, la historia se cuenta:
Kenshin descargó su filo inmortal,
Mas Shingen, sereno, sin ira violenta,
Alzó su abanico… y detuvo el metal.

Sunday, July 13, 2025

Emilio Alarcos Llorach (1922-1998), ángel fieramente humano

 Continúa la respuesta favorable a la idea de dedicar unos meses de este cuaderno a recordar a los maestros, para recomponer un momento brillante de las humanidades en España y prosigo este trabajo de recuperación de los escritos que les dediqué. En esta ocasión recupero el texto en memoria de Emilio Alarcos, cuya temprana e inesperada muerte me llevó a la convicción de que en cuanto fuera posible me convendría continuar mi carrera fuera de España. Hasta ese punto percibí, acertadamente, como se demostró después, lo que esa pérdida me iba a suponer. El diario El País publicó el 28 de enero de 1998 una versión muy abreviada del texto que sigue, que se publicó completo en marzo de 1998 en Razón y Fe, 237. Esta versión larga se reprodujo, por petición especial de ese colectivo, en el Boletín de la Asociación de Profesores de Español, 30, enero-marzo 1998, sección "Cálamo", págs. [3-5]. Dejo el texto original, con la corrección de alguna errata mínima y la supresión de los epígrafes. Dada su longitud, reduciré también el material fotográfico que suele acompañar las páginas de esta bitácora.

Una mañana suena el teléfono. Son todavía esas horas en las que se oye el movimiento por los pasillos, la puerta de la calle se abre y se cierra cuando cada uno sale hacia el instituto, el colegio, el trabajo en el hospital. Es la hora del correo electrónico y las bases de datos, no es la hora de que suene el teléfono y un amigo, Jorge Urrutia, casi en el avión hacia París, nos comunique, pesaroso y lleno de preocupaciones por nuestra reacción, que, inesperadamente (casi siempre es inesperadamente), ha fallecido Emilio Alarcos. Un flash de la radio, confirmado en las noticias de las 9, de las 10, en el gabinete de prensa del Ministerio. Un ataque al corazón, un vacío, unas llamadas a los más cercanos, despertar a don Rafael Lapesa con esta noticia, porque esta mañana del 26 de enero, un lunes, ha sonado el teléfono y todos hemos sabido que hemos perdido, aunque todavía no podamos calcular cuánto.

Hacemos memoria y no hay memoria: Alarcos está ahí desde siempre, casi casi desde la escuela, desde luego desde el Bachillerato Superior, ni siquiera recordamos cuando dejó de ser un nombre y se encarnó en nuestra vida de amigos, con su generosidad afectuosa. “¿Así que usted es el autor del ‘Alarcos’?” le preguntó un día una muchacha sevillana, o cacereña, una muchacha. El "Alarcos", tantos "alarcos", tanto para todos y tanto para España y el mundo hispanohablante, abiertos por él a nuevas dimensiones de la Gramática, recolocados por su esfuerzo en el mundo moderno de nuestra disciplina científica.

Nevaba en Madrid cuando sonó el teléfono y, en una parte de nosotros, sigue nevando, un lienzo blanco más, junto a otros lienzos del recuerdo: Américo Castro, Dámaso Alonso, Emilio Alarcos, una línea ininterrumpida de filólogos que gozaron también de la capacidad de crear, que colaboraron en la prensa y defendieron en los medios públicos de cada época sus ideas y creencias, que enseñaron lengua con la cátedra y con la pluma, como debe ser. 

Todo escritor necesariamente tiene que interesarse por el instrumento que maneja, conocer sus posibilidades, saber las piezas que lo componen, las relaciones establecidas entre ellas, e incluso cómo introducir en él modificaciones, como cualquier artesano que trabaja con un útil o herramienta. Sin embargo, la lengua no es un martillo ni un berbiquí (aunque con ella se pueda en ocasiones machacar y perforar, y el mismo Clarín lo hizo a veces en su labor de crítico). La lengua se singulariza por ser no sólo un instrumento de comunicación y de expresión, sino también un resultado de esas operaciones. Con el martillo se clavará un clavo o se cincelará un objeto de cobre, pero instrumento y resultado son objetos diferentes. La lengua es un instrumento, y el resultado de emplearlo, al hablar o al escribir, es también lengua, un producto que desde otros puntos de vista podemos considerar como una frase, un poema, un diálogo, una novela. (De “Clarín y la lengua”, conferencia pronunciada en la cátedra Jovellanos, 31 de octubre de 1977.)

Nacido en Salamanca el 22 de abril de 1922, castellano y catalán, orgullosa combinación, catedrático de Instituto (Avilés, Cabra, Logroño), lector en Berna y Basilea, desde 1951 catedrático de Gramática Histórica de la Lengua Española de la Universidad de Oviedo. Hijo de catedrático de Instituto. Biografía y rima de coincidencias, vida de afectos. Gramático y crítico literario, preocupado por las nuevas corrientes de la lingüística, pero sin olvidar el Libro de Alexandre o Fray Luis o Blas de Otero, o Ángel González, necesidad del estudio de la historia lingüística, pero versión al español moderno de textos medievales. Escuela de Menéndez Pidal: no hay Filología sin estudio lingüístico y éste queda incompleto sin la visión estética, sin lo literario. Punto personal, no hay ciencia sin referencia a la vida, a cada hombre.

Ese “ángel fieramente humano” que era Alarcos empezó, el 25 de noviembre de 1973, recordando, en su ingreso en la Real Academia Española, el aniversario de otro compañero, Ángel Guillén, un miembro del Seminario de Lexicografía que había participado con desigual fortuna en la lucha por la vida, cuya anatomía barojiana disecó Alarcos en páginas (¿cuándo no?) magistrales. De paso, revivió parte de la suya en “el todavía airoso Instituto Zorrilla de Valladolid: primavera avanzada, ‘gatillos’ dulzarrones en las acacias, polvaredas de calles casi rústicas, delicioso frescor de la manga-riega. En un aula escalonada, desde la elevada tarima, preside el examen de ingreso un hombre enjuto, de tez olivácea, ojos buídos y profundos, leve sonrisa bondadosa: don Narciso.” De Narciso Alonso Cortés, uno de sus antecesores en el sillón académico, recuerda “el discreto y picaresco sotorreír del maestro cuando nos leía la definición de ‘perro’ en el Diccionario académico”. Recuerda también que “muchos le llamábamos don Narcisín” y añade, en pincelada extraordinaria, que la mayor justificación del respeto que inspiraba “se justificaba ... porque era de los escasísimos catedráticos que recalaban en el Instituto en automóvil particular, como se decía, y que nos parecía soberbio.”

No otra tarima, pero sí una larga mesa, que nos separaba y nos reunió definitivamente en la tarea común, me sitúa en 1975, oposiciones a la Universidad de Zaragoza. Intenso frío en el Instituto de Santa Teresa, al lado del Café de Chinitas. El maestro, que preside, se protege con un periódico enrollado en las piernas y con mordaces comentarios sobre las dotaciones de calefacción para la Enseñanza Media, en los descansos entre los ejercicios. Un largo camino que me permitirá llevarlo pocos años después a Valladolid, que me acercará a Oviedo, que me hará amigo fraterno, Josefina mediante, más cercana en la edad y en el genio, siempre con respeto, siempre con humor. No hay Alarcos sin Josefina Martínez, la mujer que lo recuperó para la lengua española en momentos difíciles, que lo impulsó y lo sostuvo, que le dio la ilusión de Miguel y convirtió así ‒‒no encuentro otro modo mejor de decirlo‒‒ su otoño en primavera.

Gramática Estructural, según la escuela de CopenhagueGramática Funcional, con la Fonología Histórica de la Lengua Española en espléndido capítulo. Hoy parece todo un camino de rosas; pero no fue así. La formalización de la gramática de Luis Hjelmslev, la Glosemática, parecía muy ajena a quienes estaban más preocupados por vender libros que por desarrollar una disciplina de conocimiento. Todavía en los años universitarios, fines de los 60, ya publicadas obras de expresión formal mucho más compleja, como la chomskyana Aspectos de la Teoría de la Sintaxis, en la universidad madrileña, como en otras, era preciso discutir a Alarcos, vivir la incomprensión, como luego la viviríamos en el desarrollo de otras corrientes. Estábamos todavía lejos de lograr la plena integración de la lingüística española en las corrientes mundiales, esa estupenda síntesis que puede simbolizarse en la reunión Alarcos-Chomsky en Oviedo, el 1 de diciembre de 1992: el discurso de Chomsky encuadernado con un cordel azul y sello de lacre, Año 501: Vino viejo en botellas nuevas. Palabras de aplauso y de bienvenida del maestro español; pero “me quedo pensando en las palabras antiguas de Kohelet: 'Lo que fue, eso mismo es lo que será, y lo que se hizo, eso mismo es lo que se hará; no hay nada nuevo bajo el sol'”.

Premios, también jurado de los más importantes, doctorados honoris causa, distinciones, afecto público y respeto oficial, alguna espina, no menos por dorada: su Gramática de la Lengua Española, que no aparece como gramática académica, sino como colección en monovolumen, la defensa de las hablas asturianas en su variedad, en su libertad, frente a la intención artificiosa, unificación de burócratas del alma popular, las heridas de la Universidad, esos desvíos que son, injustamente, más difíciles de sobrellevar.

Emilio Alarcos ha sido capaz de realizar lo que sólo los grandes maestros han conseguido en la España de hoy, conjugar la creación de una escuela, un núcleo de discípulos directos e indirectos bien distribuídos por el mundo hispánico, con una notoria producción científica, vinculada a otros profesionales europeos de esa tendencia, la gramática funcional. Ha vivido para otros y ha resultado lícitamente beneficiado, sin ser ése su propósito. No ha rehusado ocupaciones como la presidencia de la Asociación de Historia de la Lengua Española, que le han procurado muchos quebraderos de cabeza, pero sólo la gratitud de todos nosotros para él. Sabemos bien que la presencia de Sus Majestades los Reyes en la inauguración de los congresos de la Asociación, con afectuosa atención, se debe tanto al interés de los monarcas por la lengua española como al respeto y el cariño que sentían por don Emilio y que se mantendrá en su memoria. 

Quizá porque ese legado ha sido simple, se ha mantenido. Se apoya, como base, en los criterios positivistas que heredamos de los neogramáticos: el rigor del dato, la comprobación de los textos, la necesidad de contar con todas las variantes, sin preferencias geográficas o dialectales. Una vez alcanzado ese nivel de certidumbre, el paso siguiente es el de integrarlo en un proceso histórico, verlo a la luz de la diacronía, interrelacionado con el devenir histórico. Para ‒‒en mi caso y el de mis compañeros de Universidad ‒‒ discípulos de “don Rafael”, como él decía, a veces un tantico celoso, con un retintín especial, eso era tender un puente por el que “los lapesianos” transitamos con comodidad. 

De ahí a la necesidad de tener en cuenta también, junto a los datos y los aspectos históricos, los literarios, no hay más que un paso. Lo inició muy pronto, en sus Investigaciones sobre el Libro de Alexandre (1946), donde ya percibió, sin las facilidades que hay nos da la Informática, que se trataba de una obra castellana, aunque conservada en manuscritos dialectales de distintas zonas, León y Aragón, muy posteriores al original. La filología, en el análisis del episodio de la guerra de Troya, se aproximaba a la estética, aunque el rigor de un ejercicio académico todavía mantenía embridada la imaginación. Cuando muchos años después, en condiciones metodológicas mucho más favorables, me atreví con ese texto extenso y complejo, no sintió invadido su terreno, como tantas veces sucede, sino que me animó con una generosísima reseña en Insula y con muy cordiales observaciones en deliciosas charlas; siempre era estupendo hablar con Alarcos. Con todo, el freno se le escapa algunas veces, por ejemplo, cuando comenta el desprecio de Henríquez Ureña por la capacidad versificadora del autor (las cursivas son suyas):

Precisamente porque ‒‒y no a pesar de que, como escribe H. Ureña‒‒ el autor del Alexandre proclama el principio silábico (estr. 2) ‘a sílabas contadas que es grant maestría’, debemos pensar que el original del poema presentaba correctamente medidos sus versos. Además, creer en la irregularidad de sus versos como consecuencia de incapacidad técnica, es tener muy pobre idea de la mentalidad del escritor del siglo XIII: ¿sería tan inconsciente que defendiera la teoría silábica y luego no la llevara a la práctica? ¿Es tan difícil y requiere tan ímprobo esfuerzo medir dos hemistiquios de siete sílabas?

Ya no hubo bridas imaginativas en su estudio sobre La poesía de Blas de Otero, ni en sus trabajos sobre Ángel González, poeta preferido y amigo entrañable, ni al entrar en la Real Academia nada menos que analizando un clásico barojiano: La lucha por la vida. Ese acercamiento a los poetas y los creadores no es ajeno a su propio interés por la escritura. Hemos intercambiado en alguna ocasión los productos de nuestra musa, que él, menos incauto que quien aquí lo recuerda, se cuidaba mucho de enviar a la imprenta. Es cierto que preferíamos el intercambio de poemas cómicos y satíricos, en los que tenía una gracia especial, una mordacidad no exenta de ternura. Fue un hombre radicalmente tierno, al que siempre se podía acceder, bajo el disfraz de sabio, que se quitaba con el mayor gusto con cualquier buen pretexto (testigos, los comensales de las cenas finales de tantos congresos). Un ejemplo, de la serie homo hispanicus, abundará mejor en lo dicho. El 5 de diciembre de 1980, su fecha; valga el dato para alguna diferencia, leve, que pueda haber con la situación de hoy:

     Homo hispanicus dominicalis

     Hechas las paces con el sumo ser

     y aplacado el afán de laborar

     diario, os aprestáis a descansar

     y en el rudo güiquén reverdecer.

     Ponéis el cochecillo de buen ver,

     lo henchís de vituallas y hacia el mar

     con ansia os dirigís entre jurar

     y el claxon impaciente enronquecer.

     ¡Qué dicha! Galipote, brisa, ardor

     sorbéis en denodado ir y venir

     de la salada orilla al mostrador,

     y al declinar el sol, ¡hala!, a rendir

     ‒‒cansados de oro y gules sobre azur‒‒

     la vuelta al hosco lunes. Bello albur.

Presencia del mar de Asturias, de sus gentes. Fue también un hombre leal a la comunidad que lo adoptó y que lo convirtió en asturiano de pro, no sólo consorte, y se comprometió con ella. Testigos muchos actos públicos, sus nombramientos de hijo adoptivo, primero, e hijo predilecto de Asturias, después, y dos volúmenes de artículos reunidos en su Cajón de sastre asturiano. Esa lealtad lo llevó al enfrentamiento con “los de la llingua”, los partidarios de deshacer la riqueza de las variantes habladas, los bables, para inventar un macarrónico asturiano, una lengua pijama, de ninguna utilidad en cuanto se cruza la puerta de la casa, pero muy necesaria para quienes necesitan de los subsidios y ayudas que la inconsistencia autonómica y las dudas de los políticos les garantizan. Enfrentamientos artificiosos los lingüísticos, pero fuentes de hondos conflictos, cuando se atizan sistemáticamente por quienes ambicionan el sitio del maestro, sin su conocimiento ni su trabajo.

La actividad pública, en su condición de prohombre, le procuró la invitación para leer el pregón de Semana Santa en Valladolid en 1993. Propuesta para otro insólita; pero no para él, capaz de resumir en una síntesis precisa una realidad sociológica especialmente clara en el mundo hispánico: “No todo el mundo es creyente, pero aquí hasta los agnósticos discurren por los cauces mentales y sensitivos del cristianismo ... Todos esperan ingenuamente que el Padre cumplirá la súplica del Hijo y que todo les será perdonado porque no saben lo que hacen.” Esa cómoda actitud no le valía: “Todavía, después de tanto esfuerzo, 'tiene que ser el hombre más humano'”.

“Meditemos ‒‒terminaba‒‒. Sea con el anhelo del más allá, sea siquiera con la vista en este desquiciado más acá, procuremos que la Semana Santa, con sus auras purificadoras, purgue y reconforte nuestro pobre espíritu, ya estragado de tanto tráfago anodino y nimio.”

Su pérdida ha hecho este tráfago más anodino y nimio todavía; pero él, dentro de su cultivada evocación del humor de Groucho, o de su también picaresco sotorreír, “con sola su figura”, nos ha dado, desde la ironía, el modo de superar ese dolor que ha traído la voz en el teléfono, al dejarnos un mundo mejor comprendido y más lleno de esperanza.


Monday, June 23, 2025

Américo Castro (1885-1972)

 Ante la continuidad de la respuesta favorable obtenida por la idea de dedicar unos meses de este cuaderno a recordar a los maestros, para recomponer un momento brillante de las humanidades en España, continúo este trabajo de recuperación de los escritos que les dediqué. En esta ocasión recupero la primera  necrología que escribí. Acababa de cumplir veintiséis años y la muerte de don Américo y los días siguientes supusieron un golpe durísimoCon él había tenido primero una relación por correspondencia y, cuando llegó a España, esa relación se intensificó y se hizo familiar porque fui sometido en 1968 a una operación cardíaca y don Américo, que vivía en la calle del Segre, muy cerca del hospital donde se realizó la intervención, acompañó a mis padres en todo el proceso y estuvo pendiente con esa fortaleza humana y generosidad que lo caracterizaron siempre. Hoy en día podría escribir mucho más, hablar del estudiante de Filosofía y Letras de la Universidad de Granada que iba a caballo desde su pueblo a la Facultad (la equitación y la natación fueron sus deportes favoritos) o del investigador de campo en Marruecos y su relación con los judíos sefardíes o del profesor de universidad norteamericana que agarró de la pechera a un estudiante  que le preguntó por "that guy Cervantes", un sinfin de anécdotas, un mundo de recuerdos. A buena parte de ello ya he dedicado otras páginas. Dejo el texto original, publicado en Anales Cervantinos, XI, 1972, con la corrección de alguna errata mínima.


El pasado 25 de julio falleció en Lloret de Mar el hombre que nos ha enseñado a mirar de un modo nuevo y más certero la historia de España.

A. Castro nació accidentalmente en Brasil, de padres españoles, (digámoslo sin menoscabo de la tierra que le vio nacer en la ciudad de Cantagalho, ya que esta misma ciudad ha sabido honrarlo). Razones que distan mucho de lo accidental hicieron que terminase sus días con pasaporte norteamericano, lleno el corazón de un profundo agradecimiento al país que lo acogió y le permitió desarrollar la parte más importante de su obra.

En la labor científica de Castro podemos distinguir dos vertientes. La primera es la filológica, la segunda es la que lleva a su concepto de la historia de España.

Dentro de la etapa filológica, que llega hasta 1936 (Glosarios latino­ españoles), y que desde 1925 coincide con una subetapa literaria cervantino­ erasmista, destaca su interés por los problemas del español vivo, junto a la preocupación historicista general en sus coetáneos. Le interesa la lengua de su época, y propone soluciones abiertas en problemas tan complejos como los de bilingüismo, formación lingüística imprescindible para la crítica literaria, y el punto de partida en el habla para llegar a la lengua.

Mas esta serie de estudios lingüísticos no se hacían sin el correspondiente contrapunto de estudios literarios. Ya en 1916, en la RFE, se había ocupado del tema del honor, y antes (en un artículo primerizo de 1909) se había manifestado contra la importancia del Renacimiento reformista en la cultura española, siguiendo la inercia o incuria generales.

Un libro de 1925, pero planeado desde 1920, revela como maestro al hasta entonces erudito profesor universitario. Con El Pensamiento de Cervantes se inicia, no es exagerado decirlo, una nueva etapa en el estudio de la vida española y de su historia. Advirtamos inmediatamente que en sus últimos años D. Américo consideraba este libro como una antigualla. En efecto, esta renovada antigualla llama a la excelente reedición de J. R. Puértolas (ed. Noguer, 1972) en la dedicatoria del ejemplar que poseo. Nunca podremos pagar la excelente labor de J. Rodríguez Puértolas, pues sin ella D. Américo no hubiera consentido nunca que la obra se reeditase. Por ello es incomprensible la postura reaccionaria de los que se aferran a este libro como si en 1925 hubiera muerto el enorme investigador que entonces precisamente nacía para la ciencia.

El pensamiento de Cervantes, como casi toda la obra de su autor a partir de él, es un libro de oposición. Su Cervantes renacentista de entonces se opone al Cervantes reaccionario o «ingenio lego» de sus contemporáneos. De todos modos, conviene decir que Menéndez Pelayo había señalado ya la filiación erasmista de Cervantes.

En este libro de 1925 A. Castro desarrolla los temas del Renacimiento en la obra cervantina, precisamente porque esto era desdeñable hasta esa fecha, y el libro es un éxito porque coincide con una época de tendencia europeísta a la que conviene el renacentismo de Cervantes.

El Américo Castro que se mueve en el mundo del Renacimiento y Erasmo y que cree ver en el imperio de la razón y la crítica la España salvadora, choca de frente con el drama incomprensible (porque matar debe ser siempre incomprensible) de la guerra civil. Sus teorías se le vienen abajo y se encuentra solo, enfrentado a colegas y maestros, en un exilio que tiene poco de tiempo libre, para lograr la construcción siempre inacabada de una tesis que explique la sola España, sin dividirla en dos que se aniquilan.

Esta preocupación aparta a Castro de una exclusiva dedicación a Cervantes, que nunca tuvo, y le hace volverse a la Edad Media, para trazar el camino de nuestra literatura desde sus orígenes al Siglo de Oro. Su principal innovación teórica es la utilización de la literatura como fuente de la historia. Su maestría en la crítica textual, en la que ni siquiera se le acercan sus detractores, y su genial intuición le llevan a resultados hoy por hoy evidentes, que se exponen por primera vez en 1948 (España en su Historia: cristianos, moros y judíos). Es bien sabido que Castro se explica la España actual, la que nos interesa y nos duele, como algo que arranca de la lenta simbiosis o fusión (entre el 711 y 1492) de las tres castas, razas y religiones, así como otros datos que no cesan de aparecer apoyan firmemente su tesis.

No quiere esto decir que los habitantes del Sur de los Pirineos, en la época en que eran castellanos, catalanes, aragoneses, navarros, etc. (incluso portugueses) no sintieran que tenían algo en común que los diferenciaba de los norpirenaicos, pero si a eso lo llamamos español tendremos que admitir que se trata de un español distinto a lo que hoy entendemos por tal. Por ello es preferible hablar en estos casos de cristianos peninsulares.

Los visigodos (repetimos una y otra vez) no eran españoles (como hoy pensamos español); podemos llamarlos hispánicos, protoespañoles, el nombre es lo de menos, lo importante es que son sólo un ingrediente más que hierve junto con otros en ese alambique del que por alquimia única destila España.

 Esta dedicación al estudio de los elementos semitas en lo español (los árabes son también semitas, conviene recordarlo) hace brotar la calumnia: Castro es, dicen, judío, es incluso gran rabino (lo hemos leído en un recorte de prensa convenientemente guardado, para que no se olvide la estulticia de los ultras). Lo curioso es que para ciertos judíos Castro pasa a ser (y así se escribe también) el enemigo de los judíos, el que distorsiona la unidad judaica separando a los sefardíes, el enemigo antisionista, precisamente por­que se opone a cualquier estado en el que el Estado no esté separado de la Iglesia y viceversa (recordemos el proceso israelí del Padre Daniel, a quien se negó la ciudadanía por ser sacerdote católico).

Detalles marginales como los citados tienen su valor, pues permitirán a cualquier persona de buena voluntad que tenga dudas, precisamente por estas calumnias, acerca de las razones que A. Castro tuvo para ser objetivo, volver las cosas a su lugar y estudiar su obra sin falsas desviaciones ideológicas.


La interpretación espiritualista de la historia enfrenta a Castro con los historiadores al uso. No se trata de despreciar los· datos económicos;  lo que es  inadmisible es que un F.. Braudel distorsione las fechas de expulsión de los judíos para ajustarlas a unas tesis demográficas. Si los datos objetivos no coinciden con los teóricos es la teoría la que está mal, no los datos.

España en su Historia se convierte en 1954 en La Realidad Histórica de España, tomo I, que ya no· tendrá II, en ediciones renovadas de 1962 y 1966.

Los temas de esta segunda parte irrealizada se vislumbran en sus estudios sobre la edad conflictiva, y sus preocupaciones teóricas, reaparecen en Dos Ensayos, en Español, palabra extranjera y en la incesante reelaboración de sus obras anteriores.

Antes hemos dicho que la búsqueda del ser de España llevó a Castro hasta la Lejana Edad Media y que desde allí adquirió una nueva perspectiva para sus enfoques cervantinos. Hacia Cervantes es una buena prueba de ello.

El nuevo enfoque de la cultura española pone en tela de juicio que los valores fundamentales de Cervantes sean precisamente los renacentistas y casi solamente estos mismos. Una serie de trabajos (“Cervantes se nos desliza en El Celoso Extremeño”, en Papeles de Son Armadans; Cervantes y los casticismos españoles) preparan su última y trascendental aportación a la bibliografía cervantina: Como veo ahora el Quijote (prólogo a la edición del Quijote de Ed. Magisterio Español).

En esta obra Castro critica duramente sus primeras interpretaciones y sitúa la obra en una nueva perspectiva.

Según ella Cervantes crea con el Quijote la novela moderna, la novela en la que el personaje se hace a sí mismo y no evoluciona por unos senderos rígidos que el autor le impone. Al mismo tiempo reacciona contra una sociedad injusta, pero reacciona con serenidad y con esperanza, frente al desgarro de Mateo Alemán, por ejemplo. Como cristiano nuevo y obligado por ello a las fantásticas genealogías y al disimulo, Cervantes defiende la interioridad, la intimidad. En el plano religioso esto le hace erasmista.

Los cristianos nuevos, pensamos nosotros, se inclinan hacia el erasmismo porque en un Erasmo totalmente alejado de las condicionantes españolas no existen las reticencias y falsa superioridad de los cristianos viejos y su hiriente división de los creyentes en dos clases. Lo de cristianos viejos y nuevos era ajeno a Erasmo.

A la concepción de Don Quijote como cristiano nuevo, ya expuesta antes por Castro, se suma ahora la de un Cervantes que ataca, so capa de los libros de caballerías, todas las falsas escrituras, y muy directamente la burda falsificación de los plomos del Sacromonte.

El libro se construye en tomo a tres elementos: linaje, plomos del Sacromonte, y enfrentamiento con los “gigantes”: la sociedad corrompida, incapaz del ideal, pero de sangre “limpia”. (Es una cruel ironía cervantina que la duquesa tenga la sangre podrida y padezca de fuentes en las piernas.) Erasmo sigue presente, pero lo que define a Cervantes no es ser un espíritu renacentista y europeo, sino un hombre con espíritu de cristiano nuevo”, un hombre que lucha por su propia identidad en una sociedad que subordina el honor a la honra y las acciones propias a la religión de los antepasados.

 

Como discípulo directo de D. Américo en estos últimos años, uno a mi propio pesar el de la redacción de ANALES CERVANTINOS. Agradezco el encargo de redactar estas líneas que, aunque concisas, me permiten precisar una vez más el pensamiento de mi llorado maestro.