Wednesday, July 13, 2022

Las lenguas como estructuras y el mito biologicista


Con la experiencia, al lingüista le sorprenden muy pocas cosas; pero llama la atención la persistencia en el error biologicista. Es muy probable que fuera Darwin, sin pretenderlo, el originador de esta tendencia interpretativa. En una obra tardía, The Descent of man (1871, p. 40), afirmaba que «tienen un curioso paralelo la formación de lenguas diferentes y especies distintas y las pruebas de que ambas se han desarrollado en un proceso gradual». Lo más razonable es pensar que Darwin intuyera una regla general del cambio y nada más, porque las diferencias entre los procesos biológicos y los cambios lingüísticos son enormes.

Las lenguas no son organismos vivos, no viven y mueren, son estructuras mentales usadas por un solo tipo de organismos vivos, los seres humanos. En el momento en el que una lengua está codificada, fijada, puede recuperarse y usarse cuando un grupo humano quiera. Cuando se habla de codificación quiere decirse, en términos sencillos, su fijación, generalmente por escrito, en gramáticas y diccionarios y, más todavía, en textos de diversos tipos, como los literarios o científicos. Por eso se han podido volver a usar el hebreo o el irlandés o se puede seguir usando el latín. Por eso se han revitalizado otras lenguas, que no habían dejado de hablarse; pero que tenían un ámbito de uso mucho más reducido, como puede ser el caso del vascuence. En América esta revitalización afecta a grandes lenguas indoeuropeas, como ocurre con el francés en el Canadá o como está sucediendo con el español en los Estados Unidos y en el Brasil (con diferencias en cada caso). Puede haber un componente de artificialidad en esto, como ocurre en el caso del vascuence y otras lenguas: cuando se reutiliza una lengua a partir de su codificación, se pierden aquellos aspectos no bien codificados, como los dialectos.

En consecuencia, hablar o dejar de hablar una lengua depende de la libertad humana. Esa libertad puede ejercerse sin cortapisas o puede verse sometida a límites, como la libertad de expresión o la de residencia. En la historia abundan los casos de lenguas que se han prohibido; pero son más los casos de lenguas que dejaron de hablar sus usuarios, simplemente porque les interesaba más otra cosa o porque fueron eligiendo entre distintas variantes, cada vez más alejadas de la estructura original: es lo que pasó con el francés o el castellano respecto al latín, un cambio en la selección de estructuras.

Todas las lenguas y dialectos que se hablan en el mundo y que se han hablado proceden de un rasgo común a la especie humana, su capacidad de lenguaje. En el fondo, por tanto, todas las lenguas y dialectos no son sino variantes de una estructura básica, común a todas. Esto no quiere decir, necesariamente, que haya habido una lengua común originaria de la que derivaron sucesivamente todas. La unidad es de carácter estructural. Quizás los primeros miembros de la especie humana tuvieron una lengua, origen de las sucesivas. Lo que está claro es que esa teórica lengua común, de haber existido, sería, de facto, una lengua muy reducida en su léxico, por ejemplo, por el escaso conocimiento del mundo que podían tener entonces sus hablantes. Con todas sus limitaciones en esa lengua concreta (y, en realidad, en todas) recuérdese que la capacidad de lenguaje permite una recursividad continua. Es decir, a partir de una estructura, pueden ampliarse y modificarse esa estructura y sus elementos, indefinidamente. Se entiende el término estructura en el sentido matemático de un conjunto con una operación. La estructura lingüística queda definida por un léxico y unas reglas. Por ello puede decirse, en términos estructurales, que todas las lenguas son simplemente variaciones y permutaciones de una única estructura, que no se realiza en ninguna lengua ni se puede realizar de manera plena. 

Más todavía, las lenguas no están codificadas en el cerebro de manera ni remotamente parecida a cómo las codifican los gramáticos o lingüistas en sus libros. Una gramática no es una representación mental de una lengua, no es sino el resultado de utilizar la lengua para estudiar o, lo que es lo mismo, categorizar la lengua: usar una lengua para hablar de una lengua, la misma u otra. A eso es a lo que se llama «metalingüística»; pero los seres humanos no tienen otra posibilidad, porque su instrumento de categorización y de comunicación es el lenguaje, estructurado en lenguas concretas.

El lingüista tiene que defender profesionalmente la pervivencia de las lenguas, porque lo contrario sería reducir el mercado de trabajo de su profesión. El filólogo, "estudioso del concepto", no tiene más remedio que reconocer que lo que importa es que se hable, es decir, que se categorice el mundo y se comunique en una lengua, porque todas las lenguas son iguales (lo mismo da una estructura que otra, aunque aparentemente sean tan distintas como las del chino y el turco), aunque no todas sean igual de útiles.

Cuando una comunidad siente que esa lengua ya no le es útil, simplemente la cambia y debe ser libre para hacerlo. Otra cosa es tiranía. Las lenguas no mueren, ni viven; viven y mueren los hablantes, los seres humanos. Hay que dejarse de esas expresiones biologicistas, son patrañas que buscan confundir a la gente y que arrancan de un uso confuso y abusivo de la metáfora. Tomando una cita del profesor  Jorge Urrutia, puede decirse que hay una libertad y permisividad en el uso de la metáfora "siempre que no se confunda el término metafórico con el metaforizado". La metáfora es una figura retórica, no un procedimiento analítico.


El hombre puede reflexionar sobre mismo y trascender esa reflexión gracias al lenguaje; pero la confusión del lenguaje con la realidad del pensamiento es ilusoria, porque los hombres mueren y las lenguas cambian. Sólo usando el lenguaje para hablar del lenguaje puede el hombre acercarse a la interpretación lingüística y, al hacerlo, crea nuevas categorías. Se trata, como se dijo,  de la actividad metalingüística. La lengua que hablamos no es las categorías que describimos; pero sin categorías que podamos expresar por medio de las lenguas no entendemos el lenguaje, ni el mundo. Joseph Greenberg, uno de los grandes tipólogos y comparatistas modernos, lo captó perfectamente cuando afirmó (1971, justamente un siglo después del texto de Darwin citado antes) que «Distinguimos entre la evidencia de la verdad de un hecho y las teorías designadas para dar cuenta de ese hecho». 

Así pues, hay una realidad y hay un lenguaje. La primera proporciona un tipo de información, que arranca de algo externo al individuo. El segundo permite un análisis de cómo se conforma internamente esa realidad en estructuras que se llaman lenguas y que se van alterando y redefiniendo en el tiempo. A ese desarrollo y cambio en el tiempo es a lo que se llama diacronía lingüística. Quede para otra entrada de este cuaderno.


La fotografía de Joseph Greenberg: By http://www.nasonline.org/publications/biographical-memoirs/memoir-pdfs/greenberg-joseph.pdf, Fair use, https://en.wikipedia.org/w/index.php?curid=65092903