Thursday, January 16, 2020

Fracasología


¿Qué significa para nosotros hoy esta nueva obra de la doctora Elvira Roca Barea? Me parece que esta es una buena pregunta para empezar un comentario de este libro, porque vale la pena leerlo y reflexionar sobre él. Sobre él se han escrito o hablado muchas reseñas, alguna es más larga de ver que el mismo libro es de leer, lo que permite contrastar opiniones y discusiones. Aquí se trata de otra cosa, de meditar en voz alta e invitar al lector a hacerlo, si lo tiene a bien.

El libro tiene un doble significado básico, por un lado es el resultado de una investigación de muchos años y por otro es un estímulo. Sigamos por ese orden. ¿Qué aporta esa investigación y quién la apoya? Una investigación sostenida sólo por su autor sería más bien una paranoia y éste no es el caso. Como los que un buen amigo denomina “profesionales del rencor” nunca paran, es bueno decir que estos libros e investigaciones de la Dra. Roca cuentan con un notable apoyo de nombres de aceptada valía científica y amplio rango de publicaciones, la autora no está sola, ni mucho menos. Por reducirnos a un nombre, hay que recordar el del Dr. Manuel Lucena Giraldo, historiador sólido y reconocido como tal, porque la palabra que sirve de título al libro es creación suya y así lo reconoce la autora desde el inicio de su obra.

La investigación recogida en muchas páginas se centra en la época de la historia de España que va desde el cambio de la dinastía de los Austrias  a la de los Borbones, a principios del siglo XVIII, hasta la época reciente. La principal aportación es demostrar que desde ese momento se empezó a escribir una historia de España, parcial, en la que se olvida o se minimiza la historia anterior y los valores que los reyes y gobiernos anteriores aportaron. La Reconquista, los Reyes Católicos, la Casa de Austria desaparecen o se someten a todo tipo de absurdos. Además, esa historia post-dieciochesca se ha escrito para satisfacer a gustos e intereses extraños a España y con un sometimiento servil a la opinión de estudiosos de lo español, los hispanistas, cuya labor no es despreciable; pero que gozan de una capacidad de influencia en la vida cultural española que no es comparable a la que los historiadores de otras culturas y lenguas tienen en los países de esas otras lenguas y culturas. Esto ha sido posible porque desde principios del siglo XVIII la élite española, es decir la clase privilegiada económica, social e intelectualmente, abandonó lo anterior, porque no era del gusto de la nueva monarquía y se dedicó a buscar, con raro empecinamiento, todo aquello en lo cual se pudiera imitar lo foráneo, iniciando ese curioso sentimiento de inferioridad, tan palpable hoy en la vida española de la élite.

Curiosamente, entre esa élite y el pueblo se ha abierto una distancia que desgraciadamente no puede llenar un sistema educativo creado y sostenido por esas élites, que impiden que los españoles normales se sientan tan orgullosos de su propia cultura como se sienten los ciudadanos de otros países, muchas veces con menos motivo que los "españoles", palabra que siempre significa también 'hispanoamericanos' en el contexto de "las Españas".  Ése es precisamente otro punto fundamental. A principios del siglo XVIII eran españoles los naturales de Jaén o de Gerona y los de México, Lima o Asunción del Paraguay. España, repítase, no tuvo colonias en América, la conquista desarrolló unas estructuras políticas iguales a las de España, Virreinatos y Capitanías Generales. Sólo un papanatismo ignorante puede hablar de “época colonial” de España en América, siguiendo una terminología anglosajona o gálica. Los americanos estuvieron representados, igual que los demás españoles, en los Consejos correspondientes y el comercio y la inversión entre todos los territorios de las Españas estuvieron abiertos a todos ellos. Entre México y Manila, por ejemplo, no es que se pudiera comerciar, es que estaba establecido que había que hacerlo y por eso existió “el galeón de Manila”, que no era un barco, sino el nombre de una flota comercial, debidamente defendida de los piratas europeos. Las restricciones aduaneras y económicas aplicables eran las mismas que existían en la España peninsular entre los distintos Reinos.

Los borbones rompieron todo ello y, en su creación del estado centralizado de modelo francés, destruyeron, con graves consecuencias hasta hoy, el complejo entramado que  mantenía unidos los reinos de España, no sin tensiones en la época anterior (sublevaciones diversas en siglo XVII, por ejemplo). De esa complejidad previa no puede ocuparse este libro, que ya es amplio en lo que puede estudiar.

José Martí y Monsó, 1864: Motín de Esquilache
A partir de 1713 se implantó en España un sistema administrativo y cultural que, hasta hoy, rechaza la historia previa de España y que hace que esa historia no tenga defensores, salvo por grupos minoritarios, asociados a veces a propuestas políticas rechazables. Esa falta de defensa coloca a los españoles (es decir, a los hispano-americanos) a las patas de los caballos de la leyenda negra, hasta el punto de que mentes nada despreciables llegaran incluso a apoyar la entrega de España a su enemigo secular del norte, a principios del siglo XIX. Los afrancesados son un producto peculiar español, debido a la ignorancia deliberada en que se ha tenido al país (es decir, reinos y virreinatos) desde la implantación de la nueva dinastía, con un sometimiento indiscutible a los intereses franceses.

Cuando se habla de cultura se habla de mucho más que de Literatura y Bellas Artes. España tiene una cultura científica, económica, administrativa, religiosa que es mucho más valiosa que la caricatura habitual que las élites españolas y americanas repiten desde hace tres siglos, sin más razón que su ignorancia. No sólo el moderno sistema económico mundial sería imposible si no hubiera existido, en época de los Austrias, la Escuela de Salamanca, es que hasta detalles tan pequeños como la “red tape” la ‘cinta roja’ de la que se habla metafóricamente hoy para referirse a una conjunto de documentos unidos, es sencillamente la cinta roja con la que se envolvían los legajos administrativos en la administración española primero y más tarde también austriaca.

Donado por Felipe II
Los ejemplos de las consecuencias de esta incuria negativista son múltiples. A veces hay simples abandonos, por ejemplo, el rey de España es Rey de Jerusalén, es uno de sus títulos históricos; pero en la transición se abandonó la Custodia de la Tierra Santa y los que vivimos en Jerusalén hemos visto cómo los italianos se apresuraron a ocupar ese espacio que, incomprensiblemente para ellos, los españoles habían abandonado, sin provecho ni beneficio. Banal, si se quiere, puede ser el ejemplo del cine y las series televisivas históricas: mientras otros países desarrollan una política de creación de productos históricos para incrementar su presencia e influencia en el mundo, los españoles ( de los dos continentes) se dedican a producciones en las cuales se destruye la propia historia, sea de México o de España, y se someten contentos y candorosos a los dictados de la propaganda antiespañola, plasmada en la leyenda negra, que generalmente se escribe con mayúscula, para más INRI.

La propaganda, efectivamente, ha sido la gran arma utilizada en contra de España y favorecida por las élites peninsulares, isleñas y americanas. El sometimiento es total. La lengua española, por ejemplo, es la lengua más hablada del mundo, porque como cualquier curioso sabe, el chino es común entre los chinos sólo cuando es escrito (y se sabe leer y escribir, claro) y el inglés está muy extendido como lengua segunda; pero como lengua primera su extensión geográfica y demográfica no es comparable a la de la lengua española. Una etapa de director académico del Instituto Cervantes me convenció del daño que la propaganda ha hecho entre los hispanohablantes americanos, porque conseguir apoyos con aportación económica de los gobiernos iberoamericanos es generalmente un esfuerzo baldío. Por fortuna empieza a haber movimientos positivos, falta mucho todavía. Si a eso se añade el abandono del español en múltiples lugares de España, donde se privilegian las conocidas como “lenguas pijamas”, cómodas sólo para estar en casa, se aprecia con mayor claridad el daño enorme que las élites post-borbónicas han hecho a los españoles.

La clase dirigente, la élite, ha enajenado a la población, a centenares de millones de personas, de sus propios valores culturales, en un inmenso territorio de cinco continentes. La aceptación de los valores impuestos por la propaganda antiespañola es tan enorme que hay una universidad Carlos III y otra Rey Juan Carlos en Madrid. Felipe II, un rey incomparablemente superior a ambos, a quien se debe que España ocupara el primer lugar en Europa en Matemáticas, sólo cuenta con un llamado Centro de Estudios Superiores, en Aranjuez. Primero fue de la Complutense y luego pasó a la Rey Juan Carlos. La propaganda antiespañola ha minusvalorado a uno de los grandes reyes de la historia de la humanidad por mano de su propia élite y ya no se hable de Felipe IV, a quien se considera poco menos que un idiota que sólo vale porque lo pintó Velázquez, cuando un poquito de estudio de España en Italia y una visita a San Juan de Letrán en Roma, por ejemplo, sirven para darse cuenta de la inmensa maestría con la que dirigió los asuntos españoles en Italia. En cambio el celebrado Carlos III está en el origen de la desmembración del imperio español, cuya complejidad administrativa nunca comprendió, como tampoco comprendió a los españoles. Goya, su pintor de cámara, tiene una proporción pequeña de retratos de él y de Carlos IV, comparada con el conjunto de su obra.

Libros como Fracasología son fundamentales para nosotros hoy porque no se limitan a la denuncia, no se quedan en lo que Américo Castro llamaba el “vivir desviviéndose” de los españoles, ese continuo reinventarse una historia falsa, por simple ignorancia de la verdadera, por la cobardía de no querer enfrentarse a las opiniones interesadas de quienes no tienen interés por la España real y sólo buscan la España de pandereta, que desprecian.  Como se dijo al principio, el libro tiene un valor de estímulo. Brevemente, los españoles deben dejar de depender de opiniones ajenas y creer en sí mismos, tener el valor de aceptarse. Hay que dejar de seguir los errores de las élites que están llevando a España a la tierra de Nunca Jamás, hay que estudiar, con ojos españoles (o sea también hispanoamericanos) toda, pero toda la historia de España, no sólo la de un supuesto e inexistente fracaso, inventado por incapaces. Hay que educar a todos los que han heredado la riquísima historia de España en el enorme valor que esa cultura tiene y aprender a reírse de críticas propagandísticas de ignorantes. Tampoco  se trata ahora de excluir lo posterior al XVIII, eso también es historia de España, simplemente hay que limpiarlo todo de excrecencias propagandísticas y leer la historia con ojos limpios, con ojos de investigador sin complejos y sin dependencias. Con ojos libres. Gracias a quienes lo hacen posible.