Para quienes pusimos un gran empeño en la recuperación del uso y el prestigio de las lenguas de España desde los años 60, cuando no era nada fácil, lo ocurrido a continuación resulta bastante lamentable. Los miembros de la generación del 68, especialmente los filólogos, tuvimos que interesarnos, en grados diversos, como es natural, por los escritos de un político de formación filológica, como Antonio Gramsci (1891-1937). Hoy Gramsci vuelve a estar de moda, de alguna manera, aunque a veces no quede claro si se trata de una relectura o de un simple recorrido por frases en la red.
Algo que ya estaba en el pensamiento de Guillermo de Humboldt (1767-1835) se encuentra también en Gramsci, formulado de otro modo, naturalmente, y con la manida metáfora biologicista, de la que se prescindirá aquí: en el lenguaje se encuentra una continua actividad y, a la vez, en sus palabras en los Quaderni del carcere, "es un museo de los fósiles de la vida y las civilizaciones pasadas".
Esta contraposición ha caracterizado los cambios en el panorama lingüístico de España. En la Constitución de 1978, en su artículo 3, junto a la clara formulación del papel del español, aunque sin siquiera el valor de reconocer su doble denominación, se redactó el baciyelmo "El castellano es la lengua española oficial del Estado. Todos los españoles tienen el deber de conocerla y el derecho a usarla". A continuación se pensó que se abriría la puerta al reconocimiento y el respeto de las otras lenguas de España. En realidad, lo que se abrió fue la caja de Pandora, el confuso bazuqueo en el que lo fundamental, desafortunadamente conocido en la historia de la espaciosa y triste España, es ese interés por meter el dedo en el ojo del prójimo, con reminiscencia futbolística incluida.
En estos días finales del desorientado 2019 el partido socialista catalán trata de recuperar el sentido común lingüístico nacional y reconoce, aunque sea de soslayo, el error de haber permitido la exaltación simil-franquista, a la inversa, del catalán, con notable perjuicio de la población trabajadora de Cataluña. Los trabajadores catalanes, por cierto, no han tenido para sus hijos el acceso a la enseñanza bilingüe privada de la que han disfrutado los hijos de los "prohombres" catalanes (y las hijas de las promujeres, supongo). Por ello, esa clase trabajadora ha visto reducida su capacidad de expresión, en una lengua y en otra. Y eso que en su propia política era patente el contraste entre un Borrell, que se expresa magníficamente en las dos lenguas, con un catalán de una belleza sobrecogedora, y un Junqueras, desafortunado en su expresión lingüística en ambas lenguas y cuyo catalán chirría lamentablemente.
Este aparente regreso o al menos esta buena intención de recuperar una atención respetuosa a las lenguas de los ciudadanos, sin subordinar unas a otras, choca, sin embargo, con las actuaciones más bizcas que miopes de los que, machadianamente, habría que calificar de atónitos palurdos, más atentos al museo de la lengua que a la realidad de la vida y las necesidades de los ciudadanos. Y es que, aunque no guste, hay que recordar la diferencia entre las lenguas que sirven para la comunicación en todos los foros y facetas de la vida, en todos los territorios y las lenguas pijamas, muy cómodas para estar en casa, pero inadecuadas para pasar la puerta.
Las Academias definen palurdo, un galicismo, de balourd, "Dicho de una persona, rústica e ignorante". La etimología francesa posiblemente tiene que ver con lourd, 'pesado'. En el País Vasco de mi infancia y juventud se decía "cashero". Hoy día esos "caseros" parece que dominan las instituciones, porque la idea es que las comunicaciones se realicen en vascuence y que haya que pedirlas en español, excepcionalmente, si se quiere. Resulta evidente que la información proporcionada así por los solicitantes permite crear una base de datos y clasificar a los ciudadanos en pro y contra. Quizás esto sea una reminiscencia de los tiempos en los que los que quienes todavía no se llamaban vascos conquistaron el territorio vascón, en el siglo VI después de JC. Fue entonces cuando sustituyeron las lenguas que se hablaban en esos territorios (celta y latín, muy probablemente) por el euskera o "vascuence" que habían llevado de Aquitania. Si al habitual General de las referencias se le hubiera ocurrido algo parecido, los gritos se habrían oído más allá de Marte, que ya queda cerca.
El palurdo se queda atónito ante todo lo que sea salirse de su pequeño mundo. Ese termino se define en el diccionario como "Pasmado o espantado de un objeto o suceso raro". Pero ello, cuando se tiene el poder, no impide actuar enérgicamente, al contrario, el poder refuerza la autoestima.
Así han debido de pensar (si se puede usar ese verbo) los dirigentes del ayuntamiento de Sa Pobla, Mallorca, que hará las comunicaciones solamente en catalán y en árabe. Parece un premio a la ignorancia histórica, porque esas dos lenguas, en Mallorca, son lenguas invasoras. Si se quieren remontar esos ciudadanos a la razón de la historia, sería bueno que pensaran que la lengua española castellana está mucho más cerca del derivado del latín afro-románico propio de las Baleares pre-catalanizadas que el catalán y, desde luego, mucho más que el árabe. De todos modos, si nadie devuelve la sensatez a Europa, ya tendrán tiempo de proceder a la recuperación histórica de esa segunda lengua, cuyo uso parece haberlos dejado atónitos.
Trabajo va a tener el Tribunal Constitucional, en el mejor de los casos. Parece ya utópico, también, preguntarse si no sería preferible recobrar el sentido común y dejar a los usuarios la libertad de usar la lengua que prefieran y que, de todos modos, mantienen con sus impuestos. Si terminamos, como empezamos, con Gramsci, podría recordarse que su concepto de hegemonía, tan interesante teóricamente, requiere consenso, no coerción, y que es eficaz cuando actúa en la sociedad civil y desde ésta, no desde las instituciones o cuerpos administrativos. A lo mejor también es gramsciano dejar a la gente que actúe según el sentido común.