Reflexionemos sobre un momento en la historia hispánica en el cual se ha
producido una gran relajación de la política y las costumbres. La religión, aunque socialmente mayoritaria, se ha convertido más en un símbolo de identidad que de
renovación espiritual, más en una costumbre que en
una aspiración. Al sur, además, se remueven negras masas integristas. La sociedad parece haber perdido
su orientación, la apetencia
del poder mantiene a gobernantes en los que el pueblo ya no cree, mientras que éste se complace en una mera
supervivencia agradecida a los favores del poderoso, sin otro horizonte, sin
estímulo. Es un
pueblo que teme a la vez a los causantes de su desgracia y a quienes le
proponen una drástica renovación. La ciudad se degrada, las
calles antes limpias y ordenadas han dado paso a una colección de mendigos, de pleitistas
revoltosos, de falsos predicadores que prometen una salvación por medios puramente
naturales, ya no son seguras, nadie confía en la policía, en los jueces, en el gobierno, nadie cree, todo
invita a la relajación, a la banalidad, al adormecerse en los placeres. Hay una gran desconfianza en la gestión económica y los
responsables de la hacienda pública buscan continuamente cómo conseguir más dinero, siempre insuficiente, a base de impuestos y arbitrios. No conviene
ahorrar, es mejor darse a todo tipo de caprichos, de lujos, de extravagancias.
No queda casi espacio para la poesía:
El mundo es como ves: haz
por gozar tus días,
cada día y cada noche, sin dejarte
de parrandas:
despáchate en él a gusto antes que tu
muerte venga.
¿No te parece desgracia
morir cuando todos viven?
La ciudad, como el lector ya
habrá adivinado, es
Córdoba y la época inconfundible es el
comienzo del siglo XII. El poeta es Abén Quzmán. Falta muy poco para que el poder de los almorávides suceda a la relajación de los reinos de Taifas,
pero será basado en la
hipocresía, no en la
convicción, nuevas
taifas se vislumbran en lontananza y volverán a dar paso a un nuevo período de fuerte opresión religiosa bajo los
almohades, un siglo después. Podemos preguntarnos por qué se considera que esta época fue un momento de encuentro y de convivencia,
cuando la realidad histórica nos indica que lo fue de feroces enfrentamientos y sangrientas
batallas, de rapiñas
institucionalizadas.
En so comienço (del reinado de Alfonso
VII, 1108 JC) fue luego et çerco la çipdat de Coria,
et tomola et fizo y, con don Bernaldo primas de Toledo, obispo que ouiera y en
tiempo de los godos ... Et refizo la çipdat, et dexola bien affortalada como se
deffendiesse de los moros; et el fue adelant con su hueste, corriendo et
quebrantando et robando tierra de Luzenna, que son las riberas del Guadiana,
ganando de los moros las fortalezas et de la tierra todo lo mas.
Una interpretación deficiente -y tal vez
interesada- trata de achacar a Américo Castro un falso concepto de la historia de España, el de que la Edad Media
era un modelo de convivencia, destruido por los Reyes Católicos con la expulsión de los judíos y liquidado por la casta
triunfadora, la de los cristianos, con la expulsión de los moriscos, a principios del XVII. Tal
simplificación es
inadmisible y contrasta vivamente con la honda preocupación del maestro por encontrar un tipo de
equilibrio cuya ruptura abriera los portones a los jinetes apocalípticos. La denuncia de don
Américo apunta a
algo muy diferente, al peligro de identificar un otro en el que se concentra
todo lo que uno no es, todo lo que teme, hasta no ver más horizonte que la
aniquilación de ese otro
como única vía de la propia salvación.
La época y la obra de Abén Quzmán nos aportan ciertos datos
dignos de consideración, en varios aspectos, tan curiosamente modernos, por no decir
permanentes, como los que nos servían para situar nuestra exposición, al comienzo de la misma. Sigamos reflexionando sobre la evolución de esa historia: la llegada de los fundamentalistas almorávides de África, la destrucción del tipo de vida de los Reinos de Taifas, la debilidad progresiva de ese fundamentalismo, los nuevos reinos de Taifas o sea, la nueva partición, el nuevo fundamentalismo de los almohades, también desde África, y así seguido, Se puede ver a España como un país que se hace y se deshace cíclicamente, una tentación que quizás hayamos tenido en algunos momentos, por cierto, o se puede intentar el esfuerzo positivo y, recordando a don Américo, apostar por la búsqueda del equilibrio, que se basa en la aceptación del otro, sin negarnos a nosotros mismos tampoco. En el despliegue de la Historia aparecen similitudes chocantes. Si vamos al fondo, es más fácil observar que las apariencias no son más que eso: reflejos de lo que hace similar la condición humana. No condicionan el futuro. El hombre, como ser histórico, sigue su progreso.