| ||
La unidad de la lengua española |
Francisco Marcos Marín
La estructura política, en España por la Reconquista contra los musulmanes y en América por la Conquista, siguió el esquema romano clásico: reparto de tierras, creación de ciudades, un ejército fuerte. Tierra, ciudad, ejército fueron los tres pilares del poder, de la capacidad de mando, que es lo que significa imperio. El español americano era la lengua de los nuevos señores de la tierra, de los que manejaban el comercio y el intercambio en las ciudades y también la lengua de los soldados, la lengua militar. Nótese que no era la lengua religiosa: el latín era universal y las lenguas indígenas fueron las preferidas para la evangelización. Por eso el castellano era minoritario.
La lengua es el vehículo del viaje a lo imaginario. La unidad del español es una unidad como lengua comercial, literaria y cultural, también militar. En América ese vínculo se define dentro de la palabra raza, un concepto mucho más cultural que étnico. La cultura incluye también lo deportivo, con la trascendencia de los deportes de masas. Cuando se ve un partido de futbol de España en alguno de los canales deportivos de los Estados Unidos, destaca el hecho de que los locutores lleven un cuidadoso registro de los logros de los jugadores latinoamericanos y que hablen de uno de los nuestros como una caracterización común a gentes procedentes de muchos países, con fenotipos muy distintos.
La estructura militar quedó separada con la independencia, en la vieja España y en las nuevas naciones; pero siguió teniendo el español como lengua común en cada país. Los dueños de la tierra y los gestores del comercio seguían siendo hispanohablantes. La independencia no fue una revolución campesina, sino de propietarios. Movida por los ideales de la Ilustración, Libertad, Fraternidad y, especialmente, Igualdad, construyó un modelo de educación igual para todos los ciudadanos, en el que se partía de una lengua única. A lo largo del XVIII se había incrementado la presión a favor del español; pero, en el momento de la independencia, no más de un tercio de los hispanoamericanos lo hablaban. Durante el XIX la situación se invirtió y en el XX se consolidó el predominio del español. En ese mismo siglo XX se produjo también un cambio en el poder. Las redes del poder militar, que llevaron a dictaduras que no podían consolidarse, cedieron terreno, progresivamente, a las redes comerciales. La red comercial se basa en la libertad, por lo que se desarrolla mejor en democracia. También se sustenta en el equilibro de la distribución económica, para el cual el uso de la misma lengua es garantía de igualdad. A una red comercial fuerte le interesa una lengua unida, que abarata costos. El cambio de modelo, el paso del centro del poder de lo militar a lo comercial es viejo conocido de la Historia, es, frente al modelo latino de imperio, el modelo griego de emporía, la alianza de centros comerciales, que da origen al término emporio.
Se equivocan los que piensan que, en un modelo de emporio, una parte del mismo se puede beneficiar explotando a las otras. Es contradictorio pensar que España defienda un modelo económico y comercial y que, al mismo tiempo, esté sosteniendo el comercio en español, en su beneficio, con sus instituciones políticas y culturales, como la AECI, el Instituto Cervantes o la Real Academia Española. Ocurre al contrario, es la red comercial la que debe estar interesada en apoyar la cooperación y en sostener a las instituciones garantes de la unidad de la lengua, del mismo modo que la emporía hizo del griego la lengua del Mediterráneo oriental. El comercio se basa en la libertad; pero le conviene la igualdad para el equilibrio de las transacciones y no hay mayor garantía de igualdad que una escuela con una lengua común. En el hemisferio occidental la cuestión se plantea en los viejos términos de Rubén Darío: ¿Tantos millones de hombres hablaremos inglés? La respuesta está en un emporio comercial en español, con centros en diversos países.
La unidad del español tiene una dimensión americana dominante. Ése es el presente. Las Academias americanas, empezando por la Mexicana y la Argentina, tienen una clara conciencia de ello y no se conforman con el papel de corifeos que se les quiera asignar. La preferencia por los modelos unificados, los estándares del mundo moderno, aparece ya en los fundamentos de la sociedad judeo-cristina. En el libro bíblico de la ley, Levítico, 1:7-9, hay un modo de comportarse, en moral, en ética y en liturgia. Todavía hoy la mayor parte de la gente piensa que hay una manera de hacer las cosas y, por tanto, de hablar bien, frente a otras maneras (plurales) de hacerlo mal. En la estructura de redes comerciales del emporio, también es esperable que haya una competencia por el estándar lingüístico. Quien lo defina lo incorporará a su marca comercial. Se hablará de la marca español de tal o tal sitio como marca de prestigio o desprestigio. Pocas cosas tienen tanta influencia sobre nosotros como la lengua. Es también convincente su papel como medio para ese final que consiste en la riqueza de nuestra vida.
La estructura de los países hispanohablantes como redes comerciales libres, iguales y fraternas cumple con los principios de la Ilustración que llevaron a sus independencias y a su reorganización, con España, en un mundo global. Octavio Paz, en su caracterización de la literatura y el arte mexicanos, señaló una tendencia que conviene tener en cuenta y evitar: el ensimismamiento, ir de lo universal a lo particular. Son cada vez más los grupos sociales que tienden a mirarse el ombligo y, extasiados en su contemplación, se olvidan de que, para empezar, en el origen de nuestra especie, Adán, creado del barro, no pudo tenerlo. La fuerza del mito, en este caso, es que sentirnos hijos del mismo padre o, si se prefiere, partícipes de la misma especie, nos hace valorar más lo que nos pueda mantener unidos.
Publicado en El Frente, Bucaramanga, Colombia.
|