En el bicentenario del inicio de las independencias americanas el interés por el 12 de octubre tiene que tener necesariamente otra dimensión. Ha transcurrido el suficiente tiempo como para que no se pueda achacar todo lo malo del presente de los países americanos a los tiempos virreinales. Se puede también hacer un análisis ecuánime de qué es realidad y qué es invención en la historia recibida. Un joven y distinguido historiador español, Manuel Lucena Giraldo, desveló en mayo de 2010 en el diario ABC de Madrid la falsedad de afirmaciones que se han venido dando por buenas, como el dominio de la Inquisición y la falta de educación e imprentas o el carácter malvado y avaricioso de los españoles, entre otras. Economistas como Earl J. Hamilton ya habían analizado, en 1929, la delicada cuestión de los metales preciosos americanos y Europa, aunque, sin duda impelido por el espíritu de su época, le costara compaginar su idea de la reinversión en América con la tradicional del expolio de los indios. Los datos de John Munro en 2003 y de los economistas que siguen sus enseñanzas deshacen todavía más la errónea idea del valor incalculable de la riqueza americana supuestamente expoliada.
Su descubrimiento por los occidentales y la conquista y posterior reestructuración religiosa, política y económica del continente americano bajo la forma virreinal implicó un cambio decisivo no sólo para América, sino para Europa y, en última instancia, el mundo en general. Piénsese en que, por primera vez, quedaban demostradas ideas, como el carácter esférico de la Tierra, que podían haber sido consideradas totalmente erróneas pocos años antes. Se transformó el mundo y se transformó también la manera de conocerlo y ordenarlo.
Los conquistadores y su entorno difundieron mitos como la existencia de hombres con cabeza de perro o de mujeres guerreras como las amazonas clásicas. Tomaron elementos de la novela de caballerías para buscar en la Florida la fuente de la eterna juventud o situar un reino mítico en California o los territorios del Noroeste. Todo ello era falso; pero no lo eran plantas extrañas y maravillosas que cambiaron la vida occidental, como el tabaco, la papa, el tomate y tantas otras. La historia no puede rescribirse, si se quiere ser veraz, y no puede desvivirse, si se quiere ser auténtico. No se cambia con leyes, hay que estudiarla, sencillamente.
Hoy está demostrado que la política lingüística americana de la Casa de Austria fue la de tolerancia lingüística y uso para la evangelización de las lenguas amerindias. Cuando llegó la independencia, el porcentaje de hablantes de español en las Indias no llegaba al 30%. Con el ideal de la Ilustración, una lengua y una educación, los revolucionarios liberales impusieron una lengua común, la española, y realizaron en pocos años un proceso a veces completo de eliminación de lenguas indígenas. Otras, como siempre ocurre, habían desaparecido en el proceso histórico de las sucesivas conquistas e imperios, indios y españoles. Si se quiere hablar de “genocidio cultural” hay que dar su parte, grande, al período independiente. Ya se dijo al principio que doscientos años dan para mucho. No en vano la mayoría de los indígenas habían permanecido fieles a la Corona, que protegía por las Leyes de Indias sus tierras comunales. Los araucanos de Chile, nos dice Lucena Giraldo, propusieron en 1813 «formar para la defensa del Rey una muralla de guerreros en cuyos fuertes pechos se embotarían las armas de los revolucionarios». A partir de 1820, las tropas de Bolívar encontraron la mayor resistencia entre los nativos del sur de Colombia y Ecuador. Son hechos.
Hablar de los excesos de una conquista y un cambio total de sistema y rasgarse las vestiduras es tan inútil como si los españoles de hoy se presentasen ante el parlamento italiano para pedirle cuentas de las crueldades romanas y la destrucción de las culturas celta, ibérica o tartesia. Sería ridículo. Así, resulta sorprendente para los españoles el interés obsesivo de muchos americanos por degradar a los que, en último término, son los antepasados de los americanos actuales, los suyos, y no de los europeos. La conquista fue realizada por gentes con vocación de permanencia, que rehicieron sus vidas en los nuevos territorios. Los de ida y vuelta no pasaron de algunos funcionarios y eclesiásticos, que incluso volvían a España para regresar a las Indias a la primera oportunidad. Los marinos, por supuesto, no pertenecían a la crema de la sociedad; pero, a diferencia de Australia, América no se pobló con presidiarios y carne de horca. Los aspirantes pertenecían a clases muy diversas y muchos triunfaron en otras latitudes. El caso más llamativo es el de Miguel de Cervantes, el autor del Quijote, que pretendió repetidas veces venir a América, sin que le fuera concedido nunca el permiso. Si se lo hubieran dado, el ingenioso hidalgo manchego hubiera visto la luz en México, Colombia o el Perú, con lo que ello implica, o, quizás, no se hubiera escrito.
Repasar todos los mitos y falsas ideas respecto a la conquista y el período virreinal exigiría un libro. Para terminar, como poderoso caballero es don Dinero, permítasenos analizar la cuestión del oro y la plata. La idea errónea es que el oro y la plata americanos fueron a parar a España y de ahí a los banqueros de Italia, Holanda y Alemania, para pagar las deudas de las guerras de religión europeas. Lo que falla es, sencillamente la primera premisa: los metales llevados a España, con los métodos de minería de la época constituyen, comparativamente, una pequeña cantidad. Naturalmente, de un argumento económico se esperan cifras. El tesoro enviado a España por los virreinatos y capitanías generales entre 1530 y 1650 equivale a la extracción actual de plata durante 26 meses y de oro durante seis meses. Todo el oro y plata enviados a España desde la conquista hasta 1810 se extrae actualmente en cuatro años de minería de plata y uno de oro.
Además, suponer que esas cantidades, pequeñas hoy, pero significativas en la economía de entonces, sirvieron exclusivamente a intereses europeos es otra idea sin fundamento. España reinvirtió en América muy buena parte del tesoro americano: se crearon ciudades, muchas completamente nuevas, se mantuvo a arquitectos, técnicos, científicos y artistas, se fundaron imprentas y universidades y se importaron bibliotecas, además de ropas, instrumentos y otros objetos necesarios. Se dotó a América de una infraestructura moderna, con obra civil importantísima en la historia y se cambió completamente el significado universal, global, del continente completo. Eso es lo que hay que festejar el 12 de octubre.