Friday, January 4, 2013

Amigos y maestros


Enero es un mes triste. Nos llena de vacíos que se hacen nombres de amigos y maestros: Dámaso Alonso, Emilio Alarcos, Dionisio Gamallo Fierros. El tiempo añade más, inclusa la propia generación: Miguel García Posada. ¿Por qué tenemos esa tentación de hablar de escuelas diferentes, cuando ellos sabían lo que eran? “Lo fuertes que eran” se titula uno de los estudios más leídos de Alarcos y esa fortaleza venía de la misma agua, del Centro de Estudios Históricos. Rafael Lapesa era un maestro y punto de partida común, en nada diferente para el cariño de todos. Tremenda fortaleza la que surge de esos cuerpos pequeños, Gamallo presentando armas con el bastón ante el tren en el que Alarcos, tras el jueves académico, regresaba a Oviedo. Una línea de humor sutil, más socarrón en unos, definitivamente peculiar en el otro: “un chiste lapesiano”, lo sabemos todos, es tan inocuo que, por eso mismo, transmite su ironía.

“Don Rafael” (fa, mi, do, mi) entonaba don Emilio cuando hablaba, con quienes siempre nos sentimos sus discípulos, de nuestro maestro iniciático. Un poquito de intención; pero no nos parecía a ninguno que él hubiera preferido que fuéramos sólo discípulos suyos. Frías tardes de marzo madrileño y de oposiciones, con él, presidente, envolviéndose las piernas en un diario para protegerse, con esa despreocupación tan alarquiana: “¿Así que eso lo han aprendido con Don Rafael?” Y de nuevo subía, bajaba y subía el tono. Claro. Aprendimos a ver en clase de Lapesa, supimos leer, a través de los documentos, cómo se había ido construyendo, desde el castellano, desde los romances, con el vasco, el árabe, el galorrománico, el gallego, el catalán, la lengua española. Un año más tarde, con don Dámaso, con don Alonso Zamora, veíamos que todos ellos lo habían aprendido de la misma fuente y empezábamos a entender a don Américo Castro. Luego leíamos a Alarcos, años antes de que habláramos con él, le preguntáramos de todo. Con don Emilio aprendíamos a sistematizar, pasábamos de la gramática histórica a la gramática, para algunos funcional, para otros sin más adjetivo que el de la lengua. Volvía la ironía: “le va lo de la informática porque tiene genes matemáticos”. La alusión llena otro vacío.

Don Emilio y don Rafael reúnen también en sus genes pueblos y lenguas de esta España que ellos nos enseñaron. Catalán por el lado materno uno, valenciano el otro, con ellos no cabía mirar la variedad con temor ni con recelo, menos se podía entender el odio, si es que alguien pudiera. Es mucho más hermoso saber que cada valle tiene sus propias variantes, que no se comprende esa artificiosidad, que no artificio,  de inventar lo que la historia no sanciona.

Complementarios en la vida y en el retorno, Josefina nos mantiene el recuerdo de Alarcos y nos empeñamos en vivirlo en nosotros. Pilar Lago de Lapesa se fue antes, quedó unos años don Rafael en ese atardecer que tan brillantemente había descrito en La trayectoria poética de Garcilaso. “Los pastores, ‘recordando ambos como de un sueño’, se recogen lentamente al extinguirse las últimas luces.” Enero, en nuestro hemisferio norte, es un mes frío, en el que procuramos que la luz no se extinga.